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¡Qué duro es trabajar! Este dicho tan común entre los mortales, no es del todo cierto. Todo trabajo conlleva una obligación y siempre lo asociamos con cansancio incluso pereza, pero si lo pensamos bien, seguro que no sabríamos estar sin él… Nuestra vida estaría vacía y nos comería el aburrimiento, al menos a mí, de hecho, infinidad de personas que sin tener la obligación de trabajar se buscan una ocupación o entrenamiento, que en definitiva es un trabajo, ¿agradable y con el que se disfruta? Puede ser, pero, al fin y al cabo, trabajo.

Esta reflexión es sumamente importante y por desgracia cuando somos jóvenes no le dedicamos el tiempo suficiente y necesario.

Crecí rodeado de viñedo y de vino.  Mi padre tenía una pequeña bodega en La Mancha, heredada de mi abuelo, y gracias a ella salimos todos adelante. Me inunda la nostalgia cuando recuerdo a mi padre trabajando en aquella bodega. Él no tenía devoción por este sector, pero es lo que le tocó. Tambien recuerdo con cariño, como si fuera ayer, cuando acabando EGB le dije que quería estudiar enología. Nunca olvidaré la cara de haberle dado la peor noticia que podía darle en aquel momento y por supuesto se negó rotundamente. Quizá imaginó que mi vida sería como la suya así que me “obligó” a empezar electrónica (estudios con mucha más proyección de futuro). La falta de motivación me hizo dejar pronto los estudios y es cuando me di cuenta de que había cometido un gran error y como de los errores tambien se aprende decidí perseguir mi sueño, ser enólogo. Y sin duda, hoy puedo decir, que fue la mejor decisión de mi vida.

En los 80 era una profesión desconocida por los ciudadanos de a pie. Todos los que hacíamos enología veníamos criados de “entre viñedos”, los únicos que por aquel entonces tuvimos esa visión de futuro. Pronto emergió el sector, ayudándonos a todos a crecer laboral y personalmente. Fue entonces cuando los vinos empezaron a llamarse caldos y la calidad empezaba a ser nuestro objetivo. Se aprendió a beber disfrutando del vino. La prensa tuvo su papel y gracias a la difusión de esta nueva cultura estamos hoy donde estamos.

Más de 30 años trabajando por y para el vino y en este largo recorrido, en el que nunca se deja de aprender, tengo que reconocer que estoy enamorado. Un amor que no se me acaba, de hecho, crece cada día, cada vendimia, cada vino. ¡Qué bonita es la ilusión! Esa que nunca se pierde. Levantarse los lunes, sin obligación, sin pereza.

La Mancha fue mi cuna, pero son muchas las denominaciones que me conocen; Alicante, Ribera, Rueda y ahora Toro. Encantado de haberlas conocido tambien. Y entre tanto vino, lo más importante; los momentos que disfruté haciéndolos, trabajando, conviviendo con compañeros, ahora grandes amigos. Y esto suma y sigue; proyectos nuevos, retos cada vez más ambiciosos y las mismas ganas si cabe. La asociación de enólogos Enoduero, de la que tengo el placer de ser presidente, es un buen ejemplo. En época donde el tiempo parece oro hemos conseguido formar un grupo de enólogos que compartimos ese tiempo, nuestro tiempo, nuestra ambición, nuestra ilusión, nuestra experiencia y todo para mejorar, más aún, nuestro sector, nuestro trabajo.

Y es por todo esto por lo que no puedo dejar pasar esta ocasión sin hacer una mención especial a esos grandes compañeros y como digo, ahora grandes amigos, que de forma desinteresada me han ayudado a llegar donde estoy, no solo como técnico sino seguramente, también como persona.  A todos ellos, orgulloso les dedico una estrofa de una canción de Victor Manuel en la que dice ´´SE QUIEN SON AMIGOS DE VERDAD, SE BIEN DONDE ESTAN, NUNCA PIDEN NADA Y SIEMPRE DAN«

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